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Caos a orillas de la laguna Estigia

Por Ulises Galt


… Y si mi destino es morir en las naves de los aqueos de broncíneas túnicas, lo acepto: que me mate Aquiles tal luego como abrace a mi hijo y satisfaga el deseo de llorarle.


La Ilíada, canto XXIV – Homero


Hoy el gobierno ha decretado el luto nacional durante diez días, después de más de 27.117 muertos oficiales por coronavirus. Los cambios en los conteos, los bailes de cifras, las diferencias entre registros… aun obscenos y a pesar de la emergencia sanitaria, no deben servirnos de escusa para aceptar un hecho: cuánto les hemos fallado a nuestros muertos, tanto en sus últimos momentos como también después. Hemos fallado. Es cierto que unos tienen más responsabilidad que otros, pero si buscamos un culpable, mirémonos al espejo. Deberíamos decirnos una y otra vez a nosotros mismos: “Yo no tuve el valor que tuvo Antígona”.



Antígona, relata la tragedia de una de las hijas de Edipo rey de la antigua Tebas. Tras la su muerte, sus hijos se asesinan por el control de la ciudad. Uno, Etéocles, defendiéndola del otro, Polínices. Creonte, su tío y nuevo gobernante de Tebas ordena dar sepultura con honores al primero, mientras que ordena que al otro hermano no solo no se le entierre dejando su cadáver a merced de las bestias salvajes, sino que ordena custodiar el cuerpo para que nadie pueda llorarle bajo pena de muerte. Bajo este escenario empieza la obra y Antígona le pregunta a su hermanaIsmene: “¿Te has enterado ya o no sabes los males inminentes que enemigos tramaron contra seres queridos?” Antígona defiende que a pesar de la ley de Creonte no va a dejar de enterrar al hermano de ambas. Ismene la intenta disuadir de hacerlo por el castigo que recibirá, ante lo que Antígona afirmará que – Él

(Creonte) no tiene potestad para apartarme de los míos– Detengamos la historia para poder reflexionar:

Es cierto que una emergencia sanitaria exige ciertas medidas extremas para evitar contagios. Sin embargo, ¿Cuántos muertos no han podido ser llorados y despedidos honrosamente? ¿Hemos hecho todo lo posible por no dejar que nos apartaran de los nuestros? ¿No deberían las autoridades y los gobiernos haberse estrujado más la cabeza para impedir que la gente muriera en masa completamente sola? ¿No deberíamos haberlo hecho nosotros mismos?


Volviendo a Tebas mientras Ismene (nuestro fiel reflejo frente a la heroica figura de Antígona) fracasa intentando disuadir a su hermana con vanas palabras – hay que aceptar los hechos: que somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres; que tienen el poder, los que dan órdenes, y hay que obedecerlas, estas y todavía otras más dolorosas – para después reconocer su falta de fortaleza – en cuanto a mí, yo no quiero hacer nada deshonroso, pero de natural me faltan fuerzas para desafiar a los ciudadanos. Antígona es apresada cuando intentaba enterrar a su hermano y condenada a muerte (encerrada en una cueva hasta morir). Todo ello a pesar de ser la futura esposa del Hemón, hijo de Creonte, que intenta, sin éxito, convencer a su padre de que sea prudente. Finalmente, entre Tiresias (adivino que le amenaza de la ira de los dioses) y Corifeo (en representación de los ancianos que le advierten del sentir de La Polis respecto a la condena de Antígona) consiguen convencer a Creonte de que rectifique, acudiendo raudo a enterrar al muerto personalmente ante el miedo a la ira de los olímpicos. Pero ya es tarde. Antígona se ha ahorcado en su tumba viviente. Hemón muere tras clavarse su espada bajo los pies de Antígona mientras lo contempla su padre. Eurídice, mujer de Creonte, se suicida al enterarse de la muerte de su hijo Hemón. Creonte se repudia a si mismo. Trágico final en el que Corifeo concluye así: “Con mucho, la prudencia es la base de la felicidad. Y, en lo debido a los dioses, no hay que cometer ni un desliz. No. Las palabras hinchadas por el orgullo comportan, para los orgullosos, los mayores golpes; ellas, con la vejez, enseñan a tener prudencia.” Prudencia.


La antigua Grecia pasó a hace siglos. Entonces los entierros de los ciudadanos constaban

de dos momentos ineludibles. La Prothesis, exposición pública rodeado de familiares velándole y la Ekphorá, procesión nocturna al lugar de descanso del muerto después de incinerarlo en una pira, siempre con monedas debajo de la lengua o en los ojos para pagar a Caronte y poder entrar en el Hades. El luto, eran 30 días... Pero si eras un esclavo, no se consideraba necesario honrar al muerto. Desafortunada similitud con la situación actual. A pesar de las diferencias, a nosotros tampoco se nos ha permitido enterrar a nuestros muertos, con unas circunstancias más comprensibles debido a la pandemia, pero a su vez con un castigo menor al que se sabía condenada Antígona. Nuestro presidente del gobierno se ha apresurado esta semana a decretar el luto tras miles de muertos, al igual que Creonte se apresuraba a enterrar personalmente a Polínices para eludir la ira divina. Creonte también decía cuando le intentaban persuadir de su error – Aquel que la ciudad ha instituido como jefe, a éste hay que oírle, diga cosas baladíes, ejemplares o lo contrario – otra desafortunada similitud. Sin embargo, nuestro Creonte es incoherente y el castigo que promulga a los que lloran a los muertos no sigue su propia ley, otorgando salvoconductos a los terroristas para velar a sus muertos, o haciendo la vista gorda cuando la ciudadanía despide honrosamente a Julio Anguita. Nuestro Creonte no sufre la tragedia personal que sí muchos ciudadanos. Nuestro Creonte no se repudia, ni renuncia a gobernar ante las

consecuencias de sus errores. Nuestro Creonte, para nuestra desgracia no es griego (ni antiguo, ni moderno). Mientras tanto heroicos Antígonas anónimos han velado a nuestros muertos en sus últimos momentos. Hoy, por fin, banderas a media asta. Caronte, con la barca rebosante, reclama sus miles de óbolos.

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